
El otro día atropellé a un pobre gorrión que apenas podía volar. Fue algo inconsciente, ya que no lo vi. Unos minutos antes le había enseñado el pajarillo a mi hijo y lo habíamos dejado donde estaba, con la esperanza de que sobreviviera.
Aunque estas líneas no lo van a volver a la vida, sirvan para dejar constancia de la pena que me produjo y en su honor me gustaría hacer una pequeña reflexión acerca de cómo nuestra acción, nuestra inacción o nuestra indiferencia, están poco a poco modificando el entorno en el que vivimos, degradándolo aceleradamente y descompensando el delicado equilibrio en el que se encuentra.
No es que podamos atribuirnos todos los "males" que hacemos a nuestro ecosistema, pero está claro que si deberíamos tomar partido y desempeñar en nuestro quehacer diario actitudes que fomenten el respeto al planeta en el que vivimos y a los seres vivos que lo habitamos. Últimamente la naturaleza nos está advirtiendo del poder que tiene y del enfado que le provocan nuestros actos. Deberíamos tomarnos estos sucesos como señales de irritación de la Tierra y reconducir el camino de destrucción que hemos iniciado.
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